Folle con mi suegra, eso fue lo que sucedió aquella noche. No había nada que me impidiera hacerlo, y creo que fue el destino el que nos puso juntos esa noche.
Hacía tiempo que mi suegra había estado en mi mente. Siempre tenía presente mi atracción por ella, pero nunca había actuado en consecuencia. Ella era una mujer madura, con un cuerpo impresionante y yo, un hombre joven, que no podía resistirme a sus encantos.
Aquella noche, cuando mi suegra entró en mi habitación, todo cambió. Me sentí instantáneamente excitado, y la deseaba como nunca antes. Habíamos estado hablando un rato y, cuando menos me lo esperaba, se acercó a mí y me besó. Sus labios eran cálidos y suaves, y su lengua se deslizó por mi boca.
Nuestros cuerpos se unieron al instante. Su piel era tan suave y cálida; nuestras manos se entrelazaron y nuestros labios se fundieron. Nuestras lenguas bailaron juntas, mezclándose en un apasionado beso.
Mi suegra empezó a desvestirse lentamente, mientras yo no podía apartar la mirada de su cuerpo. Ella tenía el cuerpo de una diosa, y sus senos eran grandes y redondos. Empecé a acariciar su piel y a besarla suavemente.
Nuestras caricias se volvieron más intensas, y mis manos recorrieron todos sus rincones. Me deslicé entre sus piernas y empecé a lamer sus labios, mientras mis dedos exploraban su cuerpo. Ella gemía de placer, y yo me excitaba cada vez más.
Ella se puso encima de mí, moviéndose con gracia sobre mi cuerpo. Sus caderas se movían al ritmo de nuestras respiraciones. Y cuando su cuerpo empezó a temblar de placer, supe que éramos uno solo.
Nos movemos juntos como si fuéramos uno solo, y el placer se intensificaba cada vez más. Su cuerpo estaba tan caliente, y sus gemidos cada vez más fuertes. Sus manos se agarraban a mi pecho, y sus senos se balanceaban al ritmo de nuestro movimiento.
Nuestros cuerpos se fundían en uno solo, y nuestras bocas se besaban desesperadamente. El placer aumentaba cada vez más, hasta que alcanzamos el clímax. Nuestros cuerpos se estremecían de placer, y nuestras voces se mezclaban en un grito de éxtasis.
Cuando todo acabó, nos quedamos abrazados, disfrutando del momento. Me sentí tan cerca de ella, como si hubiéramos compartido algo más que sexo. Y aunque no pudimos hablar de ello, ambos sabíamos que aquella noche había sido algo especial.
Folle con mi suegra fue una noche increíble. Habíamos creado un vínculo único, y habíamos compartido un momento que jamás olvidaríamos. Nuestros cuerpos habían hablado, y nos habíamos entregado el uno al otro. Aquella noche había sido mágica.
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